Se creía que era una actividad extinta, pero el trueque resurgió en La Plata
Un grupo de vecinas se reúne en una vivienda de 78 entre 134 bis y 135. Intercambian verduras, arroz, fideos y otros productos alimenticios. También zapatos y hasta hojas de carpeta. No tienen un club ni cuasimonedas, pero les sobra ingenio y voluntad para resolver las necesidades
Mientras el Gobierno y la Iglesia profundizan sus disidencias en torno a la expansión (o no) de la pobreza en la Argentina, un barrio de La Plata consolida su retorno a una actividad que se creía en desuso: la del trueque.
No tiene cuasimonedas como las que proliferaron allá por los años de dedacle económica. Ni siquiera tiene un club. Pero apela a la misma fórmula solidaria para gambetear a las carencias.
La pionera
Beatriz Ramírez tiene 63 años, 9 hijos, 29 nietos y un amor incondicional por su Gimnasia y Esgrima.
También varias necesidades y un espíritu inquieto que durante el último año la empujó a agudizar el ingenio. “Se me ocurrió convocar al trueque y simplemente lo hice”, dice esta pensionada que como tantas otras hacía las mil y una para llegar a fin de mes.
Les avisó a sus vecinas, distribuyó sus productos sobre un par de mesas que había desplegado en el patio, y puso a girar una rueda que ya no se detendría.
Tanto es así que “entre 20 y 30 mujeres” pasan cada domingo por su casa de 78 entre 134 bis y 135.
Los encuentros se convirtieron en algo así como un acontecimiento social para aquel barrio cercano al Cementerio.
¿Qué cambian? “De todo” dice Beatriz y entra a enumerar: “Alitas de pollo, fideos, azúcar, harina de maíz, zapallos, lechuga, remolacha, yerba, arroz...”.
“¿Qué sé yo?” dice en voz alta mientras Leandro (12), uno de sus nietos, se ríe y asiente con la cabeza... “Pizas, facturas, buñuelos, tortas fritas, condimentos”, añade.
Varios de esos productos llegan fraccionados y son canjeados por algo que falta y no siempre se puede comprar. “Si alguien no tiene papas pero le sobra yerba, viene hace el canje y listo”, explica Beatriz con absoluta simpleza.
“Me piden que nos reunamos más seguido, pero no siempre se puede”, agrega.
La vicedirectora de Cáritas La Plata, Graciela Ferrara, dice tener una explicación para el reverdecer de las necesidades y la reaparición del trueque: “Muchas personas tenían o reforzaban sus ingresos con trabajos informales. Cuidaban niños, ancianos o limpiaban viviendas de familias de clase media, que ya no les pueden pagar”.
“Es cierto, hay menos trabajo, pero no es sólo por eso. La inseguridad hizo que la gente se torne cada vez más desconfiada”, considera Beatriz.
Entonces si el bolsillo no alcanza para comprar hojas de carpeta, se las puede cambiar por un atado de acelga. Pero eso no es todo: por lo de Beatriz también pasaron botas de lluvia, zapatos, mochilas escolares y hasta un par de aritos.
“La gente se entusiasma. La otra vez una vecina me agradeció, porque gracias al trueque no tuvo que ir a la verdulería en toda la semana”, dice la dueña de casa.
En el barrio no saben cuál de las dos posturas se ajusta a la realidad en aquel debate sobre los índices de pobreza. Pero la consolidación del trueque habla muy a las claras sobre las necesidades que afloran a unos diez o quince minutos de la gobernación bonaerense.
Germán Escobar
Fuente Diario Hoy de La Plata-22 de mayo de 2008.
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