A diez años de la crisis, uno de los fenómenos más recordados y estudiados ha sido el de los clubes de trueque, tal vez por sintetizar distintos factores que atravesaron ese proceso crítico de la Argentina. Surgió a mitad de los ’90 por profesionales de una clase media decaída en un contexto de creciente desocupación. Entre 2000 y 2002 se potenció por la crisis económica y la falta de billetes del “corralito”, convirtiéndose en una esperanza, generada desde la propia sociedad civil. A esa altura ya se habían incorporado al trueque todas las clases sociales. Había 5000 clubes en todo el país, que congregaban a 3 millones de personas de forma directa, a través de una acción colectiva autogestionada y solidaria. Divisiones internas, estafas y campañas de desprestigio incidieron en que cayera rotundamente la tendencia: de 6000 clubes en mayo de 2002 pasaron a ser 1000 a fin de ese año.
Tres ecologistas (Horacio Covas, Rubén Ravera y Carlos De Sanzo) fundaron el Club del Trueque el 1 de mayo de 1995 en la localidad bonaerense de Bernal, ofreciendo el intercambio de bienes y servicios. Aquel día reunió a 20 personas, al estilo de un grupo de autoayuda. “Acercándonos a 2001 la situación se volvió catastrófica, y los clubes cubrían la ausencia de dinero de curso legal, que era muy escaso. Además fueron una herramienta pacificadora. Y estamos hablando de 2,1 millones de personas sólo en nuestra Red. En sus inicios habían devenido en una chance concreta de supervivencia. Yo creo no haber dormido durante seis meses”, relata Ravera.
Quienes ingresaban a este “mercado paralelo” eran “prosumidores”, debían producir y consumir en igual medida. Para ingresar pagaban dos pesos, que equivalían a 50 créditos. El producto más buscado por todos era el alimento. Insumos básicos como el harina y el azúcar. Los Clubes (“Nodos”) se nuclearon bajo la Red Global del Trueque (RGT), que unificó el crédito. Cristina Mirabelli, actual coordinadora del nodo de La Boca, recuerda que “había empresas que ofrecían turismo sin utilizar dinero. La gente venía a trocar coches y casas. A mí me ofrecieron hasta un restaurante completo.” Familias llegaron a pagar sus alquileres con créditos, y empresas como Establecimiento Lourdes, en Mendoza, salvaron pedidos de quiebra con este sistema.
Ravera señala al 17 de mayo de 2002 como la fecha del quiebre: cuando comenzaron los planes Jefes y Jefas de Hogar. Antes habían mantenido un par de encuentros inconclusos con Hilda “Chiche” Duhalde, al tiempo que punteros vaciaban clubes, otros colapsaban por falsificación de créditos, se perdía la confianza y la cámara empresaria denunciaba, con el lobby de medios, una práctica que “atentaba” al comercio.
Para Heloisa Primavera, que se separó de la Red Global del Trueque y fundó la Red del Trueque Solidario, y que actualmente desarrolla iniciativas similares en colegios secundarios, se trató de una revolución inconclusa: “Lo que lo mató fue la diferencia de dos modelos que no podían convivir, uno que quería ganar plata y otro que quería redistribuir la riqueza.”
Hoy en clubes como el de La Boca los prosumidores son pocos, de clase media, y se tratan como una familia que se viene apoyando desde hace más de diez años. Predominan trabajos en tela, cuadros, comida y antigüedades, que siguen intercambiándose con créditos. Mirabelli reflexiona: “En 2001 se abalanzaban por la comida. Ahora vienen para pertenecer a un lugar, como filosofía de vida.”
Ravera concluye que los clubes de trueque “son una buena experiencia para que en el futuro se haga un Nunca Más, como en la dictadura, pero con la crisis bancaria. Los bancos no pueden determinar el destino de una persona. Fue la gran demostración de que en ese momento se terminó la plata, pero los argentinos se las ingeniaron para seguir viviendo.” <
Remanente
500 son los clubes “chicos” que aún funcionan en el país, según estimó Rubén Ravera, cuyo modelo se exportó a países como Venezuela y Brasil y Grecia España.