"Perdí la casa, la capacidad de pago de mis obligaciones, la confianza en los bancos, pero aquí estoy sin perder la memoria", dice a la AFP Ana Maiorana, 60 años, una de las víctimas de la peor crisis económica que avasalló a Argentina hace una década.
Una situación social desesperante, cinco presidentes en una semana, más de 30 muertos, miles de personas en las calles, saqueos, hambrunas, el mayor default de la historia de casi 100.000 millones de dólares: Argentina había caído al abismo hace diez años.
La crisis se precipitó el 20 de diciembre cuando el entonces presidente Fernando de la Rúa huyó de la Casa Rosada en helicóptero, mientras muy cerca, en el centro de Buenos Aires, la policía descontrolada descargaba una feroz represión contra muchedumbres enfurecidas, que dejó cinco muertos en pocas horas.
Desde días antes, decenas de miles de personas salieron espontáneamente a las calles haciendo sonar sus cacerolas en reclamo de que "se vayan todos" los políticos y los ahorristas enfurecidos golpeaban con martillos las puertas tapiadas de los bancos para exigir que les devolvieran sus ahorros confiscados, unos 66.000 millones de dólares en total.
"Era como si te hubieran sacado el piso debajo de los pies, todo lo que se había construido durante generaciones se esfumó de golpe. La organización de tu vida se había caído; no podías decidir", dijo a la AFP la psicóloga Mónica Arredondo, experta en atención en instituciones sociales, al describir la situación social en Argentina en diciembre de 2001.
El hambre golpeaba en un país en condiciones de alimentar a cien millones de personas: cientos de niños hurgaban en las bolsas de basura, mientras sus padres y muchos jóvenes, en una reacción de sobrevivencia, se las arreglaron para dar una respuesta a través de inéditas iniciativas, como la formación de cientos de centros de trueque y las asambleas barriales.
Arredondo añadió que "los que se encerraron cayeron en depresiones profundas, pero mucho gente se salvó porque se acercó a inciativas sociales muy innovadoras".
"Sin el trueque la situación social hubiera sido mucho peor. Fue una idea interesante para catástrofes económicas", dijo a la AFP Rubén Ravera, fundador de la Red Global del Trueque, quien señaló que "unas 6,6 millones de personas pasaron por 1.050 centros formados en el país en la crisis".
"No sólo gente pobre se acercaba a los nodos (ndlr: centros de trueque), llegaban hasta profesionales como odontólogos o médicos, que intercambiaban una consulta por comida o alguna otra cosa que necesitaran", dijo Ravera.
Ravera se lamentó de que ahora sólo funciona un centenar de "nodos" en todo el país porque, señaló, "la gente asocia al trueque con la crisis y traer esa situación a la realidad resulta muy doloroso".
En el pintoresco barrio de la Boca, al sur de Buenos Aires, los turistas extranjeros, la mayoría europeos, pasean despreocupadamente por la colorida calle Caminito y fotografían junto a bailarines de tango, sin saber que a pocos metros se mantiene una iniciativa social que tal vez pronto se reproduzca en sus propios países.
"En la actual crisis europea, el trueque sería una solución para muchos si se implementara masivamente", señaló a la AFP Cristina Mirabelli (62 años), coordinadora del centro de la Boca.
Mirabelli sostiene que el trueque "nació como una filosofía de vida, de no usar dinero, pero cuando llegó el estallido, era una de las pocas formas de sobrevivir".
"Venían miles de personas. Hasta un fabricante de muebles que había quebrado vino para cambiar los muebles por comida", evocó la mujer.
Vestimenta, comida, cuadros y juguetes son algunos de los artículos expuestos en mesas de madera, que la gente compra con créditos (1 bono = 1 peso), sin usar dinero.
"En 2001 el trueque fue una salida a la crisis. Ahora me sigue ayudando. Hoy me llevé un budín y unos panecillos que me gustan mucho, sin tocar dinero, sólo entregué créditos", dijo Esther Nogare, una jubilada que también valora esa organización como una forma de vínculo social.
La debacle mostró entre sus rostros más dramáticos la situación de miles de ahorristas de clase media cuyos fondos quedaron atrapados en los bancos (el corralito), y muchos de ellos aún pugnan por recuperar sus depósitos.
Maiorana y otros damnificados se reúnen semanalmente en una oficina cercana al Congreso para mantener vivo su reclamo. Emilia Domínguez confesó: "Perseguí tanto al juez que, para sacarme de encima, accedió a mi pedido".
"Cobré en 2003 pero para eso iba y me sentaba en el hall del juzgado. Esperaba al juez ahí", relató la mujer.
En cambio, Luis Tellechea, de 63 años, relató que "en 2008 la justicia falla favorablemente, pero el banco apela y por un error injustificable del abogado perdí el juicio. El abogado nunca me informó y la verdad la supe cuando fui personalmente al juzgado dos años más tarde", contó.
Arredondo, quien a su vez estudió las airadas reacciones de los damnificados por la confiscación de sus fondos, dijo que "los ahorristas dejaron sus sueños y años de esfuerzos en los bancos, y eso era imposible de procesar a nivel psicológico; reflejaban mucho temor por el futuro".
El fuerte impacto físico y psicológico en las víctimas de la crisis fue motivo de variados estudios, entre los más difundidos, el del jefe de la Unidad Coronaria de la Fundación Favaloro (cardiología), Enrique Gurfinkel, que reveló que entre 1999 y 2002 se registraron "20.000 muertes coronarias más" que en años anteriores.
"Esto debería servirnos de advertencia, ya que si vuelve a pasar, los responsables de tomar las decisiones estarían provocando un genocidio", alertó en su trabajo.
Asambleas barriales: la voz de los vecinos
La psicóloga Arredondo, quien dejó de cobrar a sus pacientes durante la crisis, dijo que "en Argentina el colectivo social generalmente responde ante hechos que lo dañan" y citó entre las respuestas a las asambleas barriales.
"Fue una respuesta inédita ante una situación inédita", dijo a la AFP Ariel Weinman, de 55 años, activo participante de una de las decenas de asambleas barriales que nacieron en Buenos Aires al calor de los cacerolazos, donde confluían vecinos, comerciantes, trabajadores y jubilados.
"Las asambleas eran muy heterogéneas, pero lo que hegemonizaba es que estábamos todos 'fusilados' (argot, arruinados)", dijo Weinman, hoy periodista de una radio en una fábrica gráfica que quebró en la crisis y fue recuperada por sus trabajadores, una de las soluciones que se aplicó en Argentina a la salida del derrumbe.