Inmediatamente después de la caída de diciembre de 2001, el trueque apareció como una de las soluciones inmediatas a la falta de efectivo. Surgió espontáneamente, casi como un movimiento aislado, y terminó reuniendo a cinco millones de personas. Hoy, en Europa es cada vez más popular.
Por Agustín F. Cronenbold
Con 47 años y el título de arquitecto colgado en la pared, Daniel Solanilla estaba desesperado. Hacía tres años que no conseguía una obra grande y en ese durísimo 2001 vivía de hacer algunas refacciones esporádicas. “Era difícil de mantener hasta la autoestima”, recuerda el mendocino.
El cambio llegaría con una alternativa que desde la transgresión financiera fue boom durante la crisis de 2001/02: el trueque. Con otros profesionales que pasaban por la misma situación que él en Mendoza capital, Solanilla se incorporó a uno de los miles de clubes que llegó a tener la Argentina. “Con eso pude llevar la comida a la mesa”, dice una década después.
A partir de la lógica más básica de la economía, el trueque fue un reflejo de esa sociedad dolida que veía cómo se derrumbaba su clase media. Si hasta Recoleta, Palermo o el centro de la City fueron sede de estas transacciones que anulaban la intermediación del dinero.
Los registros informales indican que cinco millones de argentinos llegaron a intercambiar bienes o servicios con esa modalidad durante 2001 y 2002. El fenómeno logró ser viralmente federal y no hubo provincia que no tuviera su propio “club de trueque”, como se llamó a estos espacios de encuentro de necesidades.
La recesión, el desempleo, la caída en los sueldos públicos, las cuasi monedas, el corralito y el corralón fueron parte de la repentización de un fenómeno que en realidad ya tenía antecedentes. “Nosotros en 1995 habíamos comenzado con un club de trueque en Bernal, que juntaba a un grupo reducido de personas”, cuenta Rubén Ravera, uno de los creadores de esa idea y cara visible del boom durante la crisis.
“Lo que surgió a mediados de los noventa fue un refugio experimental que a fines de 2000 había logrado agrupar a unos pocos miles de personas”, relata. Pero de “una nota de color en los diarios” –como describe Ravera– pasaron a ser un espacio de contención cuando la barranca abajo se empinó.
“A principios de 2001, empezamos a recibir 20 mil solicitudes mensuales de adhesión”, detalla. La confiscación de depósitos y la devaluación convirtieron a esa vía de escape en autopista y, para mediados de 2002, el trueque llegó a darle una salida a cinco millones de personas.
“Los clubes fueron una red sin nodo central que se dispararon y se multiplicaron. Sólo nuestra red llegó a tener más de dos millones de personas”, precisa Ravera. El trueque pasó a ser un lugar que iba más allá de la respuesta no financiera a los padecimientos económicos.
Como recuerda Solanilla, muchos trabajadores y profesionales recuperaron la autoestima en un contexto desolador: “Estábamos en la lona y con el trueque nos demostramos que podíamos generar valor. Yo ofrecía planos o trabajos y me llevaba comida, tan simple como eso”.
Las experiencias cruzaban sectores sociales y prejuicios. En Bernal, recuerdan al empresario con problemas financieros que llegó con su camioneta 4 x 4 y puso a disposición cajas de vasos. Luego se llevó el arreglo en el techo de su casa gracias a un albañil que buscaba alternativas.
En Mendoza, otros rememoran la llegada de medio millón de botellas desde Quilmes. Los cartoneros de esa localidad bonaerense buscaban ubicar el fruto de meses de trabajo y en la capital del vino encontraron bodegas desesperadas porque no podían enfrentar los costos de la comercialización.
El sistema del truque era sencillo: cada uno llevaba lo que podía dar y luego buscaba lo que necesitaba. En un contexto de altísima desocupación, muchos descubrían respuestas. “Tenía y tiene mucho de autoayuda. Desde lo concreto, además, permite cubrir hasta el 80 por ciento de las necesidades de una persona”, calcula Ravera.
Los clubes, además de ser un imán mediático, atrajeron rápidamente a empresarios y políticos. Con su lógica de liderazgo doméstico, vieron nacer a liderazgos femeninos que luego militaron en partidos políticos como el ARI o el Partido Obrero.
Su impacto fue tal que también tuvo efecto en las reparticiones estatales. En El Bolsón, a partir de abril de 2001, los contribuyentes sin dinero podían pagar sus deudas con la Municipalidad llevando bienes o servicios propios.
Además de ayudar a algunas alicaídas arcas de gobiernos locales, el trueque fue una forma de protesta. En mayo de 2002 hubo un intercambio de ropa, alimentos y servicios en calles San Martín y Sarmiento. Para los organizadores, fue una forma de protestar contra la política económica del Gobierno de entonces: proclamaban que se trataba de una “resistencia pacífica” a lo que sucedía.
En ese sentido, Ravera sostiene que el trueque colaboró para reducir el nivel de enfrentamiento en un contexto de tanta volatilidad social. “En los clubes, la gente se encontraba con el otro y vivía momentos de intercambio genuino. Había una experiencia igualadora que reducía los miedos e invitaba a aportar lo que uno podía. En ese sentido, le dio sustento a mucha gente que estaba en el límite de no poder comprar alimentos”, explica.
Trueques truchos. Los clubes no estuvieron exentos de polémicas. En agosto de 2002, descubrieron a dos personas con 500 mil bonos falsos de trueque en el Gran Buenos Aires. También hubo acusaciones de fraude a líderes de algunos clubes y hasta inflación con los bonos.
Estos factores explican en parte la progresiva caída que vivió el trueque cuando terminaba 2002. “Pasó algo como lo del pádel: ya no es masivo pero se sigue jugando”, resume Ravera. La recuperación económica que comenzó a fin de ese año colaboró en ese proceso de disolución, que se vio acompañado por las quejas que llegaban desde cámaras comerciales.
En abril de 2002, la Confederación Argentina de la Mediana Empresa difundía un comunicado en el que mostraba su oposición al fenómeno. Entre otras cosas, la institución argumentaba que a través de “los nodos pueden canalizarse productos de origen dudoso propios de robos, piratería del asfalto o contrabando”.
La proliferación del trueque atentaba también contra el deprimido sistema financiero, que había recibido un nocaut con el corralito. Por eso, según especulan quienes llevaban adelante los clubes, el Gobierno nacional tampoco miraba con buenos ojos el trueque cuando empezaba a vislumbrarse la recuperación.
“A muchos les parece que es el método económico más primitivo, pero yo creo que, en esencia, es la economía del futuro”, asegura Ravera, que expuso el caso de la Red Global del Trueque en TEDx, el conocido evento global que busca difundir ideas positivas.
Su experiencia también llegó a Grecia: este año dictó una teleconferencia para 500 personas luego de que la crisis argentina y el trueque figuraran en la televisión del castigado país europeo. “Creo que el trueque podría convertirse en una Cruz Roja financiera mundial”, arriesga Ravera.
Más allá de la propuesta, lo cierto es que el intercambio de bienes o servicios sin intermediación del dinero se instaló en varios países europeos. En España, los nodos de trueque crecen alrededor de las asambleas barriales que fueron organizando los “indignados”. La iniciativa, en ese caso, es lo que en Madrid denominan un “mercadillo solidario”.
En Grecia, en cambio, el fenómeno se instaló fuerte con una red llamada TEM, que se apalanca con Internet. Allí especialistas en oficios, artesanos y profesionales ofrecen lo suyo y descubren que pueden brindar bienes o servicios valiosos.
Habrá que ver si, como sucedió en Mendoza hace diez años, el fenómeno ayuda a los que no quieren caer derrotados con la crisis.
17/12/11 - 12:34