En 2001, la falta de trabajo y la miseria hicieron de los clubes de trueque el punto de encuentro de personas con necesidades urgentes y sin recursos para cubrirlas. Rubén Ravera y Ángela Mariño saben de qué se trata eso de vivir sin un mango y lo cuentan a Sin Agenda.
Lector, ¿se acuerda de los clubes de trueque?
Rubén Ravera y Ángela Mariño, sí. Sentados a la mesa del bar de Avenida de Mayo y Piedras que frecuentan cada jueves después de su programa de radio (Trueque y Autosuficiencia, de 13 a 14 por arinfo.com), estos dos ecologistas y fundadores del club de trueque más importante del país relatan su experiencia y reafirman su creencia de que se puede “vivir sin dinero” (Clara) y de que el trueque es “el dinero del futuro” (Ravera).
Ayer nomás, a comienzos de siglo, palpar billetes y monedas se volvía una sensación cada vez más extraña para las manos de millones de argentinos. En 2002 la desocupación superaba el 21%, permanecían las restricciones al retiro de depósitos dispuestas por el ministro de Economía Jorge Remes Lenicov (el llamado “corralón”) y los gobiernos provinciales suplían la falta de fondos con bonos de cancelación que se devaluaban apenas salían a la calle. El hambre en Tucumán despertaba una inédita ola de solidaridad y todos, en definitiva, se hacían una pregunta parecida a la que se hacía Tita Merello, “¿dónde hay un mango, viejo Gómez?”.
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