Revista 23
El regreso del trueque
Por Jorge Repiso
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¦ Recursos populares frente a la
crisis. Las dificultades económicas empujan la autogestión. Y volvió a
imponerse en los barrios el sistema de intercambio de productos y
servicios sin utilizar dinero.
El método de intercambio más antiguo entre los seres humanos tuvo su
auge en el país. Promediaban los años ’90 cuando un grupo de entusiastas
se instaló en un barrio del sur del conurbano bonaerense para lo que
ellos creyeron sería una manera diferente de afrontar la economía. No
eran tiempos fáciles, tampoco lo serían los venideros. En 2001, la
economía argentina explotó en pedazos y dio paso a una crisis social de
la que nadie se quiere acordar. Fue entonces cuando los clubes de
trueque proliferaron de a miles a lo largo de todo el territorio como
una forma de supervivencia. Los resultados fueron favorables, tanto para
cubrir necesidades básicas como para no quedar tan fuera del sistema.
Luego vinieron tiempos mejores y, salvo excepciones, la mayoría olvidó
aquellos ámbitos donde multitudes afrontaron la tormenta con dignidad.
Los clubes de trueque están de vuelta: lo dicen las cifras y la realidad
económica misma.
Es sábado por la tarde y a un pequeño local alquilado del barrio porteño
de Constitución va llegando gente portando bolsas o arrastrando
changuitos. Algunos se conocen de antes y en un rincón, una mujer está
enseñando a otra a pintar sobre tela bajo el método del trueque. Las
mesas antes vacías se van llenado de artículos en buen estado, nuevos y
usados, y alimentos. En una de las paredes pueden leerse dos de los doce
puntos de la declaración de principios de la actividad: “Nuestra
realización como seres humanos no necesita estar condicionada por el
dinero”, y “No buscamos promover artículos o servicios, sino ayudarnos
mutuamente a alcanzar un sentido de vida superior mediante el trabajo,
la comprensión y el intercambio justo”.
Rubén Ravera es el responsable de la Red Global de Trueque y se pasea
entre la gente charlando y dando consejos. El arte de trocar debe
aprenderse en la práctica y él lleva adelante una tarea parecida a la
docencia. En 1995 y junto a unos amigos se instaló en un garaje de la
localidad de Bernal y nunca se apartó de su objetivo. Museólogo de
profesión, también se interesó por la economía y continúa cuestionando
la desigualdad que plantea el sistema. Para Rovera, la práctica del
trueque va más allá del beneficio material, y protesta contra quienes no
saben interpretarla. “Si bien es cierto que la economía está mal,
trueque no debe ser sinónimo de pobreza. Cuando empezamos, nos trataban
como a un grupo de autoayuda pero para cuando vino la crisis de 2001 ya
cargábamos con experiencia y pudimos ayudar a mucha gente. Me parece
injusta la ecuación más pobreza es igual a más clubes. Desde un
principio tratamos de vincular a los seres humanos para fortalecer los
lazos para estar mejor y terminamos siendo parte del problema”.
–¿Por qué razón la actividad no se extinguió?
–Somos como los locos de la azotea. Empezamos a trabajar en la época
del Plan Austral porque vimos que el problema no era la producción, sino
el intercambio y la vinculación entre la gente. Fue un hallazgo, éramos
30 vecinos en un garaje en pleno “efecto tequila”.
Suena una campanilla y comienzan las operaciones. En una mesa hay
naranjas, pizzas y sándwiches. En otra, más extensa, adornos, un
teléfono usado, perfumes, baberos y artesanías. De un perchero metálico
penden unas 40 prendas. No hay gritos, sino intercambio y una
negociación amable. Cada artículo tiene su precio, y la moneda de cambio
es un billete con un valor determinado. En el término de una hora cesan
las transacciones y queda muy poco por intercambiar. “Recuerdo las
épocas de mayor crisis. Las mujeres venían delante de su familia,
cargando chicos y bolsos. Los hombres, con la cabeza gacha y arrastrando
los pies. Después de un rato, ese hombre se sentía útil y le cambiaba
la cara”, cuenta Mirta Cáceres Pujol, una de las más antiguas
organizadoras.
El fenómeno del trueque fue objeto de estudio de académicos y
estudiantes extranjeros, y lo sigue siendo. Una universitaria francesa
viajó para interiorizarse y terminó organizando los archivos del club.
Los japoneses, que también cuentan con sedes en su país y lo practican
de manera diferente, volvieron entusiasmados con el ejemplo argentino.
En realidad, a los locales de intercambio se los llama “nodos” y aún hoy
Rovera y los suyos recuerdan los galpones de la ex textil La Bernalesa,
adonde acudían miles de familias, emprendedores y se conoció el caso de
un ex gerente de una multinacional que fabricaba barriletes y los
cambiaba por comida o servicios. “Llegamos a cambiar camionetas llenas
de verduras de hoja por chapas acanaladas para techos que fabricaba
Néstor Litinger, un ex empresario del rubro de las redes de gas”.
Tras el furor llegó el repliegue, y los nodos comenzaron a
discontinuarse. “Hubo un momento en que hasta nos mandaron a la policía,
nos robaron y allanaron y pagaron a un periodista para que nos
desacreditara. Decían que ejercíamos el comercio ilegal y se llegó al
punto de que mandaban gente con talonarios de “créditos” que vendían por
pocos pesos para saturar y desequilibrar las operaciones. Tuvimos que
replegarnos, algo que no es fácil teniendo en cuenta a los millones de
beneficiarios involucrados”, añade Ravera.
Pero no todo es historia. Los clubes de trueque vuelven a ser una
realidad. Se dice que hoy en el país la cifra de nodos va de los 100 a
los 400. La ciudad cordobesa de Villa Carlos Paz es un ejemplo del
aumento de sedes a donde acuden personas golpeadas por los aumentos de
precios y la desocupación. “Ojalá no existieran pero bueno, no hay
dinero y acá ya hay más de cuatro lugares donde cambiar ropa, comida,
electrodomésticos y mano de obra”, relata Judas Ramos, presidente del
Centro Vecinal Barrial Miguel Muñoz “B”. “Cada vez somos más, y en el
intercambio se ofrecen servicios personales, plomeros, albañiles y
pintores. Hay una proliferación de páginas de Facebook para convocar a
los clubes y nosotros el último sábado juntamos a más de 50 personas.
Esta actividad levanta el ánimo porque a nadie le gusta andar con cosas
usadas, lo normal sería ganar un salario e ir a comprar ropa nueva, pero
vemos que la gente se siente útil y piensa diferente, con algo de
esperanza”.
Rovera en cambio resiste dar cifras en cuanto a la cantidad de clubes e
individuos beneficiados. “No pasa por lo cuantitativo y preferiría no
dar números, por principio y por seguridad, porque la hemos pasado muy
mal. Llevar adelante esta actividad es bueno: la gente toma al toro por
las astas y maneja su vida, algo que no ocurre dentro de las
organizaciones verticales”
Cifras
En 1998 existían 80 nodos.
En 2002, el número alcanzó los 5.500.
2 millones de personas acudieron a los clubes como una práctica frecuente.
2.200 fue la cantidad de redes existentes en el pico de esa actividad.
400 clubes se estima que actualmente hay en la Argentina y la cifra va en aumento.
“Somos parte de la solución”
Opinión. Por Rubén Rovera
Se nos podría distinguir como parte de la solución porque en momentos
muy difíciles lo fue. Nosotros llegamos a ver políticos y varios
partidos se arrimaron para ver personas hablando encima de un banquito
en medio de un estado asambleario.
La gente es negadora: después de 2001 vino gente de afuera para estudiar
el sistema de trueque argentino y cómo nos relacionábamos. Fueron
cientos, pero nunca se arrimó algún universitario argentino. En
consecuencia, entiendo que pasaron cosas tan traumáticas que se las
quiso borrar de la memoria, como algo que nunca existió, y si no se
analizan las causas de aquella crisis es posible que vuelva a ocurrir.
No queremos ser el furgón de cola, sino ser reconocidos como un elemento
más para desarrollar una economía superadora. Ejercer el trueque no
equivale a volver a las cavernas. Lo que planteo es que en determinados
momentos nos llaman como si fuésemos meteorólogos para ver si hay
tormentas. No es una noticia el elevado nivel de pobreza, eso está fuera
de discusión.
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